Después de todo, la Bloguemia se dio. Fue una actividad muy bonita en Punto Fijo que espero que se convierta en algo que suceda mas a menudo. Le doy las gracias a la gente de Deus Juglando por la oportunidad y el efuerzo. Los dejo con unas fotos y el cuento que leí, junto a una pequeña explicación.
Odio genuino
José Borges
Espero su llegada y me pregunto si decidió no venir. Me imagino que en prisión no hay mucho más que hacer, excepto ver pasar el tiempo: esperar a que llegue la comida, la hora del ejercicio, el día de visitas, el próximo día.
Odio ver a las madres llorar por sus hijos ladrones, las esposas discutir con sus maridos contrabandistas y los niños preguntar por qué papá no puede regresar a casa.
No debo usar la palabra odio; repulsión es lo que siento. Se necesita demasiada energía para odiar.
Cualquiera diría que los que están aquí son santos: San Maté al Comerciante, San Robé un Auto, San Violé a La Vecina. Puedes preguntarle a cualquier reo y te va a decir lo mismo: “Soy inocente”.
El único que te diría que mató a alguien sería Francisco Rivera. El hijo de puta no niega que le regaló dos balazos en la cabeza a Pablo, mi hermano. Ocurrió dos años atrás. Desde entonces, sólo sueño con estrangularlo hasta verle los ojos írsele en blanco y que no respire más. Algunas veces imagino apuñalarlo en el corazón o volarle la cabeza de un balazo.
No se supone que piense así, lo sé. He ido a psicólogos, curas y hasta he llamado a líneas de apoyo para eliminar esos pensamientos. No funcionan: no dejo de pensar en matar a Francisco Rivera.
Siempre me refiero a él por nombre y apellido. Cuando se trata de un amigo o un conocido, lo llamas por el nombre nada más, pero para mantener distancia dices su nombre entero: sin señor, o don, ni nada por el estilo.
Están pensando que estoy trastornado y, sí, tienen razón. Pero es que mi hermano sacrificó mucho para darles de comer a sus hijos y a su esposa. Si alguien faltaba o necesitaban que trabajara tiempo adicional, podían contar con él. Pablo era un fajón. Estaba libre ese día, pero un compañero se excusó porque estaba enfermo. A veces me dan ganas de hablar con ese guardia. De seguro, ni estaba enfermo; jamás sabré. De todas formas, la muerte de Pablo lo afectó. Me llama de vez en cuando para ofrecerme ayuda y saber cómo estoy. A lo mejor lo juzgo demasiado.
Esa misma tarde atraparon a Francisco Rivera. Recuerdo escuchar la noticia de su captura en el televisor del hospital. Fue la primera vez que vi el rostro del animal. No trató de taparse la cara de la cámara; parecía hasta orgulloso de lo que había hecho.
El juicio fue rápido: el jurado lo encontró culpable. Pero el proceso se complicó a la hora de la sentencia. Demandábamos la pena de muerte. Francisco Rivera no merecía vivir. Buscábamos justicia.
Aparecieron grupos y organizaciones en contra de lo único que tenía sentido: ejecutarlo. Curas, ministros, abogados radicales y estudiantes organizaron vigilias y protestas. La mayoría evitaba mirarnos: en alguna parte de sus conciencias sabían que merecía morir. Hubo algunos idiotas que nos imploraban que perdonáramos a esa bestia. Hay veces que me dan ganas de matar a alguno de sus seres queridos, a ver si me perdonarían.
Lo peor de todo era que lo hacían para adelantar intereses personales. No les importaba un carajo lo que le sucedió a Pablo, lo que sucedería con nuestra familia. Son unos cabrones hipócritas.
Sabrán que lograron su causa. Sentenciaron a Francisco Rivera a una cadena perpetua. Pago impuestos para sustentar su estadía en la cárcel.
Por alguna razón, sospeché que sucedería así. El día que pasaron la sentencia esperé su salida del tribunal con una pistola oculta en mi gabán. Nunca entré en el edificio.
Tenía todo planificado: esperaría a que saliera, me acercaría y le soplaría tres tiros en la cabeza. Lo haría de frente, para que lo último que viera fuese mi cara.
Cuando mi madre confirmó mi sospecha, acaricié la pistola. Todo iba como yo esperaba. Los reporteros y la multitud estaban enfocados en el matón. Nadie se dio cuenta de cómo me deslizaba entre ellos.
Llegué a mirarlo justo a los ojos. Cuando me vio, los abrió de verdad. Saqué la pistola y alzó los brazos para cubrirse la cara.
Aún no me explico cómo no disparé. Todo pasó muy rápido, pero, para nosotros dos, fue en cámara lenta. Para mi desgracia, no pude lograr justicia.
De pronto, unos guardias se me tiraron encima y caí al suelo. Uno me agarró la mano, mientras otro me quitó el arma. Traté de zafarme, pero no pude. Recuerdo que, con la vista nublada por mis lágrimas, grité para que me soltaran.
Pasé la noche en la cárcel. El día después, mi madre pagó la fianza y quedé en espera para una fecha en el tribunal. Quería que me encontraran culpable y me encerraran en la misma prisión donde estaba Francisco Rivera.
El fiscal decidió no radicar cargos. Hasta el día de hoy, me llaman reporteros para entrevistarme. Concedí una y me hicieron las preguntas más estúpidas… Hipócritas imbéciles, es lo que son. Nada más quieren rellenar espacio en el periódico o la televisión. No les importan las víctimas ni los parientes. Para ellos, somos una noticia más. No los soporto.
Quería olvidarme de todo, pero revivía cada segundo frente a él con el dedo en el gatillo. Hubiese sido tan fácil…
Después de un tiempo, me di cuenta que no tendría otra oportunidad. Así que, encontré otra forma de servirle justicia.
Todas las semanas, a la hora de visitas, me presento en la prisión y trato de hablar con Francisco Rivera. Los guardias me han dicho que ni la madre lo visita tan a menudo. A veces la veo allí. Siempre espero a que termine de hablar con él. Al principio, no quiso hablar conmigo, así que esperaba un rato, por si reconsideraba; luego me iba. De todas formas, yo siempre estaba allí, semana tras semana.
Después de algunos meses, su madre dejó de ir. Ese día, pensó que hablaría con ella, pero me encontró a mí. Preguntó qué hacía allí, que si estaba loco. Lo ignoré y comencé a hablarle de mi hermano. Los ratos que pasamos juntos, lo grande que estaban sus hijos, lo mucho que la nena preguntaba por su papá, lo difícil que se le había hecho a la esposa sobrevivir. Pronto llamó al guardia para que lo llevara a la celda.
Dije que odiar a alguien requiere mucha energía.
Hago lo mismo todas las semanas. A veces me escucha, otras veces no se atreve a salir. Es cómico: los guardias y hasta su abogado le dicen cuán compasivo soy. Creen que lo he perdonado y busco redimirlo de alguna manera.
Son idiotas. Lo hago porque sé que Francisco Rivera llega a su catre y no tiene más remedio que pensar en lo que hizo. Le he hecho comprender que voy a estar allí todas las semanas y voy a hacerle saber todo el sufrimiento que causó y sigue causando. Tarde o temprano, se dará cuenta de que no dejaré de venir.
Para eso, no me falta energía.
Fin
El cuento es inspirado por la polémica de la pena de muerte que surgió hace poco acá en la isla. Aclaro que no no estoy a favor de dicho castigo, pero quería trabajar con el punto de vista de los más afectados en estos casos: la familia de la(s) víctima(s). Espero que les haya gustado.
12 comentarios
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Excelente cuento, José. Es una pena haberme perdido la actividad. Tengo una compañera de trabajo a la que le hubiese encantado ir.
Un abrazo.
Como te dije por email, cada vez te vuelves mejor escritor. Lo que leíste anoche poseía una madurez endemoniadamente buena. Te lo envidié con locura (y entre nosotros, eso siempre es bueno).
Gracias por haber estado allí, por haberme abrazado, por ser parte de mi vida literaria. Te aprecio con toda el alma y con toda el alma te admiro.
Yola.
PD: ya las fotos están en mi blog. Muas.
Borges:
Encantada de haber compartido contigo ayer. Tu cuento fue uno de mis favoritos.
Ciudadela:
Qué mal que te la hayas perdido. Es curioso: yo también tengo una compañera de trabajo a la que le hubiese encantado asistir.
Te aplaudo de pie. El sentimiento desde el otro lado de la moneda fue fantástico! Me encantó el modo en que te viviste el cuento…tus ojos cambiaron mientras leías y eso fue espectacular verlo! Espero se repita de nuevo. Abrazos desde el sur de la isla!
¡Wow! Me encantó este cuento José. Somos muchos los que tenemos este pensamiento de lo que debe ser la justicia. Te felicito. Me hubiese gustado estar allí para escuchar y ver como lo narrabas. Espero no perderme la próxima. Te felicito. Besos y abrazos desde el centro de la Isla. Muaks
Que cierto es…el odio requiere de muchas energias. Me encanto 😉
Me ha impresionado mucho tu cuento, me parece muy humano. Sobretodo, me gusta el castigo que has concebido para el asesino. ¿Quién necesita la pena de muerte como castigo, con semejante aguijón perpetuo en la conciencia? Me encanta además, la retrospección.
De sobra sabes (si es que en efecto me has identificado, y si albergabas alguna duda, ahora te la disipo) que hubiera estado del lado de los que abogaban por la no imposición de la pena de muerte. No porq
… y para no perder la costumbre, volví a enviar el comentario antes de terminarlo…
Decía, no para tratar de evitar que le impusieran la pena de muerte a Francisco Rivera, sino para tratar de evitar que la impusieran y punto. No para tratar de evitar que se saciara la legítima sed de justicia en los familiares de Pablo, sino para tratar de evitar que el Estado tenga la potestad de decidir legalmente a cuál ciudadano mata y a cuál no. Y luego, si hubieses decidido que el hermano de Pablo matara a Francisco Rivera, hubiese defendido al hermano cuando le acusaran de asesinato en primer grado y fiscalía certificara el caso para la pena de muerte.
Te felicito por tu talento, por saber aprovecharlo y compartirlo.
Aprovecho para despedirme formalmente del Blog de Borges, pues mi misión en el mismo ha concluido. A Changó H., besos y mil y una caricias.
Me uno al coro de aplausos. Tanto el cuento como la lectura estuvieron a la altura de cualquier profesional.
Fue un placer conocerte y compartir contigo.
Exelente Jose! a ver cuando se repite tan magica ocacion.
José-
Muy bueno escucharte leer nuevamente. El cuento me parece familiar…yo lo había leído antes?
A todos:
Gracias.
Iva:
No. Es un cuento nuevo. Lo escribí para la bloguemia.