Equivocación lingüística

En el Viejo San Juan, hay un restaurante italiano llamado Al dente, que es riquísimo. Lo malo es su ubicación, ya que a veces es incómodo entrar a la ciudad vieja. Además, los mendigos nos acosan tanto que siento que huyo de una manada de zombis. Hace unas semanas, mi novia me había dicho que habían abierto un restaurante con el mismo nombre. “Al dente, ahora también en la Plaza de Mercado de Bayamón”, como decía el anuncio en la radio. Pensamos que eran los mismos dueños que el de Viejo San Juan, aunque nos estuvo raro que fuera en Bayamón. Ahora bien, quien me conoce sabe que es unos de los municipios que más detesto, por varias razones. Entre ellas, que es Bayamón. Así que, postergamos nuestra visita al lugar.

También, unas amistades nos habían mencionado la nueva Plaza de Mercado de Bayamón como un local de ambiente superior y hasta lo compararon con los mercados europeos. Quise investigar aunque sospechaba que mis amigos exageraban. Admito que me ilusioné de todas formas. Me imaginaba pescados frescos, embutidos, vegetales del País, dulces artesanales y todo tipo de tiendas que no existen en las demás plazas del mercado. (La Placita de Santurce y la Plaza del Mercado de Río Piedras tienen poca variedad, opino. Muchas veces venden productos importados y las carnicerías son risibles). Muy bien, sabía que no encontraría eso en Bayamón, pero algún rincón en mi ser quería que mi imaginación fuese realidad.

El lunes se me ocurrió almorzar allá. Sería toda una aventura: tomaría el tren desde Santurce y mi novia llegaría en su automóvil desde su trabajo en Cataño. Investigué por Internet para saber cómo era el lugar. La información en la página del municipio era parca y no mencionaba nada de Al dente. De todas formas, decidimos aventurarnos.

El edificio es nuevo (“pal de meses abierto” según un comerciante que luego clarificó que era un año ya. En Puerto Rico un pal es más de dos; una cantidad inexacta. Par no existe, creo). Tiene un café y una heladería en sendos cubículos frente a la entrada principal y cada uno tiene sus mesas y sillas afuera. Adentro hay un área de vegetales a cada lado y el centro lo ocupa unos kioskos que venden dulces típicos, sombreros y algo más, que no recuerdo. A cada lado en la parte inferior hay un restaurante. Uno de comida criolla que se llama Doña Ana y el otro Ardente, que tiene comida italiana, aunque el especial del día era muy criollo.

Cuando leí Ardente, me reí. Se lo mencioné a mi novia, quien ya apetecía una pasta con cordero que hacen en Al dente. Nos sentimos engañados por el locutor de radio y por el restaurante, porque sobre todo, se escribe ardiente. Sé que no es justo juzgar el restaurante por su nombre, pero dolió como una traición. Vacilamos en entrar porque no era lo que queríamos. No sabía qué hacer y miré a mi alrededor. De pronto, vi un rostro conocido. Era mi amigo Luis, quien andaba con un amigo. Siempre me lo encuentro en restaurantes y sentía que podía confiar en su juicio gastronómico. Así que le pregunté dónde comer. La respuesta inmediata fue “Doña Ana” con la recomendación de “pide el bistec encebollado”.

Le hicimos caso y entramos en Doña Ana. Mi novia pidió el bistec, y yo, la carne guisada. Noté que mucha gente tenía aguacates en la mesa, pero no había leído esa opción en el menú. Le pregunté al mesero y me dijo que la gente los compraba en la Plaza de Mercado y los entraba. El restaurante se los picaba y los presentaba de lo más bonito con alguna decoración. Claro que compré un aguacate a $2.

Salimos satisfechos del lugar y listos para un café en el cubículo al frente. Era riquísimo y a un precio razonable ($1.00 + IVU). Hablé un poco con el muchacho que nos atendió, quien resultó ser el dueño del negocio. Noté que vendía sándwiches también y cuenta con la Internet de la Plaza de Mercado. No vi enchufes.

En fin, fue una equivocación afortunada. Es un buen lugar para ir a comer, con un acceso bastante fácil. Aun si vas en automóvil, hay suficiente estacionamiento y es ideal para ir en bicicleta desde la estación del tren. En la próxima, tal vez pruebe Ardente, si logro olvidar la traición lingüística en pal de semanas.

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