En la mayoría de los cursos de Literatura, los cuentos o novelas se discuten y se aprecian por sus valores estéticos y significados culturales. Para un mero lector, es ideal; pero un escritor que quiere aprender cómo se construye un cuento necesita otra perspectiva. Parte de la formación de todo escritor debe ser aprender cómo es que los cuentos clásicos están construidos.
En este caso, usaré “El deán de Santiago” como ejemplo. El primer paso es leerlo, así que esperaré aquí en lo que lees.
Bien. ¿Lo leíste, sí? Si no, lo que viene a continuación no tendrá sentido. Confío en ti.
Un poco de historia primero. El conde Lucanor es un manual de cómo ser conde en la España feudal. Todos los cuentos siguen el mismo patrón: hay un marco inicial que consiste en una conversación entre el conde y Patronio. El conde le pide algún consejo acerca de una situación; en este caso el conde tiene un amigo al cual le ha hecho varios favores, pero cuando le pide que lo ayude, posterga. Patronio, como todo sabio, no le responde la pregunta directamente. En vez, le provee un ejemplo en forma de un cuento. En este caso se trata del cuento «El deán de Santiago y el señor don Illán de Toledo». Luego de contar esta historia, Patronio finalmente le da el consejo al conde, quien parece ser un poco denso, ya que la moraleja es explícita. Para rematar, don Juan escribe un pequeño verso que repite la moraleja. Como ves, es un manual para condes imbéciles.
Dicho esto, debemos notar que dentro del marco hay un buen cuento. Don Juan Manuel utiliza un lenguaje conciso y sencillo para contar. Se concentra en narrar la acción con pocas descripciones, pero contundentes. Nos presenta al deán, que tiene aspiraciones para convertirse en algo más dentro de la iglesia, y nos deja saber que va a visitar a don Illán en Toledo. Menciona que don Illán practica la nigromancia, o magia negra, y que el deán quiere que le enseñe estas artes. La mención de magia nos abre la imaginación y crea la expectativa de que pueden suceder eventos fantásticos.
Los dos hombres conversan, comen y, finalmente, don Illán decide enseñarle al deán las artes nigrománticas. Antes de llevarlo a un cuarto apartado debajo de un río, Illán le dice a una criada que mate dos perdices, pero que no las cocine hasta que él lo indique. Las perdices son muy importantes en este cuento, como verás.
Se describe el viaje al salón donde el deán aprenderá nigromancia con un poco de detalle que nos deja con la impresión de que no es un lugar normal. Descienden unas escaleras larguísimas, pasan por debajo del río Tajo y finalmente llegan. Es como la baticueva de Illán. Note que, hasta la fecha, todo se ha descrito paso a paso. Solo han pasado unas horas desde que llegó el deán a Toledo.
Mientras buscan un libro para comenzar la lección, entran dos hombres para dejarle saber al deán que su tío, el arzobispo, está en mal estado. El deán opta por quedarse estudiando, pero le envía una carta a su tío. Nunca se menciona cómo llegaron los hombres, ni cómo sabían dónde estaba el deán. Esto no es un defecto del cuento, como veremos luego.
A los siete u ocho días, llegan tres hombres para decirle al deán que su tío ha muerto. Hay consenso en que el deán debe asumir el puesto de arzobispo, pero para callar las malas lenguas no debe estar presente cuándo lo elijan. El deán se queda en Toledo hasta que llegan dos escuderos a decirle que regrese, que ya es arzobispo. Se lleva a don Illán con él para que lo acompañe y el mago accede.
Pasan un tiempo en Santiago, donde el antiguo deán ejerce como arzobispo, hasta que el papa le ofrece una posición como obispo en Tolosa. El exdeán dice que sí y don Illán cree el momento oportuno para pedirle el puesto de arzobispo para su hijo. El ahora obispo le da una excusa, pero le dice que lo acompañe a Tolosa y que le hará el favor eventualmente una vez allí.
Después de dos años en Tolosa, el papa asciende al flamante obispo a cardenal, le dice que le entregue el cargo de obispo a quien quiera, Illán pide el puesto para su hijo y el nuevo cardenal se lo niega. Aun así, convence a don Illán que lo acompañe en su corte cardenal. Pensamos a preguntarnos por qué Illán es tan pendejo como para seguir al exdeán de Santiago de lugar en lugar.
Luego, muere el papa y ¿sabes a quién eligen como el nuevo papa? Por supuesto, a nuestro amigo, el exdeán, exarzobispo, exobispo y, ahora, excardenal. Si el hombre tenía los humos alzados, ahora lo podemos multiplicar por diez. Don Illán, furioso, le pide que le conceda el favor para su hijo y recibe una amenaza de acusarlo de hereje, ya que el nuevo papa sabe que el mago practicaba la nigromancia. Aunque se le olvida que él averiguó eso porque quería aprender ese arte años antes. Expulsa a don Illán de su corte papal y hasta le niega comida para su viaje. Don Illán contesta que debe conformarse con las perdices que mandó a matar.
De repente, la narración devuelve al lector al momento en que Illán habla con la criada acerca de la cena. Llega junto con el deán de Santiago, quien se da cuenta de que todo fue un hechizo para saber las intenciones reales del deán, ya que se encuentra en Toledo otra vez, donde y, más importante, cuando comenzó el cuento. Nos damos cuenta de que la secuencia de eventos y el pasaje del tiempo son como en los sueños, en los cuales aceptamos las cosas más inverosímiles sin cuestionárnoslas. La llegada de los hombres a la casa de Illán, el ascenso meteórico del deán dentro de la organización clerical y el consentimiento del mago de acompañar al deán, de repente se convierten en actos inverosímiles, que no registramos como tal al leerlos. Las claves siempre estuvieron allí, pero nunca nos dimos cuenta de las pistas.
Desde el principio se había mencionado la magia, pero nunca vimos nada mágico hasta el final del cuento con el hechizo del deán. La mención de las perdices nos traen al “presente” en la sala de Illán, quien despacha al deán y tampoco le da de comer.
Otra cosa a notar es el incremento — in crecendo– del tiempo y eventos dentro del cuento. Todo se cuenta casi hora por hora desde el comienzo hasta que llegamos al salón mágico de Illán. Ahí el tiempo corre más rápido: los soldados llegan de inmediato, luego pasan días, luego años y así, hasta el final del cuento. Los ascensos son más cuantiosos e Illán se enoja más y más, según pasa el tiempo. De repente, todo se desinfla con la mención de las perdices. Cuando se habla de cuentos redondos o cíclicos, es a esto a lo nos referimos.
Se cierra el marco del conde y Patronio cuando el sabio aconseja que el conde no haga negocios con su amigo. Don Juan Manuel insiste en dejarnos con su verso de moraleja, por eso de estar seguro que el lector comprenda.
Una cosa más: don Juan Manual creó el marco del cuento, con Patronio y el conde Lucanor. Sin embargo, el cuento de don Illán es tomado de las tradiciones orales, posiblemente de algún sirviente árabe o judío de su casa, al igual que los demás 51 cuentos de El conde Lucanor. Para su época, el rol de don Juan Manuel era recopilar estos cuentos de tradición oral, así que no lo juzguen como plagiador. Sin su acción de curación y recopilación, jamás habríamos leído este cuento ejemplar.
Nota: Este escrito es más o menos una de mis charlas del seminario de «Historia y teoría del cuento» de la maestría en Creación Literaria. La profesora y escritora Carmen Lugo Filipi es responsable por hacerme ver los cuentos de esta manera y es algo que le he de agredecer siempre.