Los que me siguen en Twitter sabrán que terminé la novela que llevaba tres años escribiendo. No será larga; la cantidad de tiempo que me tomó se debió a diferentes contratiempos. Mi disco duro se suicidó y perdí todo lo que había escrito luego de casi un año. Luego, comencé la promoción de Esa antigua tristeza, hubo varios proyectos que pagaban de inmediato, impartí clases en universidades… y así por el estilo. A veces llegaba a mitad, dejaba de escribir por unas semanas en lo que hacía otra cosa y regresaba a un escrito que no conocía ya. La versión que terminé fue la séptima.
Me funcionó llevar un registro de la cantidad de palabras que escribía cada día, con todo y fecha. Los días que no anotaba algún progreso me hostigaban la conciencia. En dos meses y medio pude al fin sacar de mi cabeza la historia que quería contar.
Ahora comienzo el próximo paso: la revisión. Primero, leo la novela para ver qué funciona o no. Luego, reviso o reescribo lo que haya que cambiar. Una vez esté contento con la historia y la trama, lo ve mi editora, quien es mi esposa. Ella se encarga de corregir mis burradas ortográficas y gramaticales. También me dará su opinión de la novela. Tal vez me siente a reescribir algunas partes otra vez. Una vez pasa el cedazo de mi editora, le envío la novela a dos o tres amigos que me darán una opinión honesta de mi novela. La honestidad aquí es esencial. Si hay algo que no funciona, es mejor saberlo antes de publicarla.
Cuando esté completamente seguro de que es algo que puedo publicar, decidiré cómo publicarla. Hoy día hay más opciones que cuando terminé mi primera novela. Ya decidiré cómo abarcar esa situación. Mientras tanto, me entretengo buscándole un título a la novela.