Anécdotas folclóricas
Los cuentos pueden ser de las lecturas más accesibles a los lectores. Suelen ser cortos, se centran en una sola situación y, en general, buscan mantener intensidad mientras se leen. Parecen ser fáciles de escribir, dada su extensión, pero no es así. Saber cómo describir y ambientar una escena, escribir diálogos interesantes e idearse una trama intensa, entre otras destrezas, requiere una combinación de talento, imaginación y dedicación que es difícil de obtener. No basta con redactar bien. Es más, tampoco basta con tener una situación extraordinaria, si no se puede lograr tensión narrativa a través de un conflicto. Tal vez, el término conflicto puede confundir, ya que una de sus acepciones infiere algún tipo de pelea o enfrentamiento, pero lo que se busca presentar es un apuro de difícil salida (según la tercera acepción de la palabra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española). Generalmente, cuando una narración carece de conflicto se le conoce como anécdota y, cuando muestra una época o cultura folclórica, una estampa.
El ojo de cristal, de Marcelino J. Canino Salgado, es más bien un libro de anécdotas y estampas que un libro de cuentos. Las dieciocho narraciones están ambientadas en el Puerto Rico de ayer y de hoy —con una sola excepción que toma lugar en Pompeya mientras el volcán Vesubio comenzaba a eliminar dos ciudades del Imperio romano—. Tratan de diversos temas, como los enamoramientos, los aparecidos y los malentendidos, entre muchos otros. Por ejemplo, “El ojo de cristal” narra cómo un monaguillo usa su astucia para reparar el ojo de cristal de una virgen para que los feligreses no se den cuenta de la torpeza del cura. “Monsieur Joseph” trata de una prostituta que se enamora de un ingeniero francés y lo secuestra en su habitación para jamás prescindir de su amor. “Conversación por el móvil” narra las desventuras de un estudiante de la Universidad de Puerto Rico que presencia un asalto en un restaurante de comida rápida.
De primera instancia, son sinopsis prometedoras, capaces de generar tensión dramática. Sin embargo, en su ejecución, los lectores no presenciamos ni sentimos las dificultades que estos personajes pueden sufrir. El monaguillo del primer cuento mencionado no tarda nada en encontrarle solución al problema del cura, la prostituta encierra al francés sin remordimiento ni resistencia de parte del hombre y el estudiante es un mero testigo del atraco, que ni vuelve a darle pensamiento al asunto hasta más tarde en la narración. Hace falta, tal vez, presenciar el proceso mental para solucionar la falta de ojo de la virgen, la consideración de las consecuencias por las acciones de parte de la prostituta y ver cómo le podrían temblar las piernas al estudiante al verse amenazado durante el crimen que presenció.
La ambientación es un problema en alguno de los textos, especialmente los que toman lugar en tiempos actuales, como en “Alter, Vallejo y yo”. La manera en que está narrado pinta una imagen mental en la mente de los lectores que parece tomar lugar durante la década de los setenta. No es hasta que se menciona un teléfono celular que nos damos cuenta de que la narración está situada en una época más contemporánea. No obstante, los textos que toman lugar en el pasado dejan claro cuándo toman lugar y muestran de manera eficaz las costumbres y la mentalidad de la época. De igual manera, los personajes que se presentan con mayoría de edad suelen ser muy verosímiles, bien logrados y con toda una historia detrás de ellos.
En fin, aunque las narraciones de El ojo de cristal carecen de conflictos, sí logran mostrar cómo eran la vida y las costumbres en una época en Puerto Rico.
El ojo de cristal
Marcelino J. Canino Salgado
Los libros de la Iguana, 2018
Esta reseña se publicó originalmente en El Nuevo Día en octubre 21 de 2018.