Isla de la desesperanza
Es refrescante leer poesía que no se enfoca únicamente en el amor o el sexo. No es que no me agraden los temas, pero es como todo: lo mucho deja de divertir con el paso del tiempo. Es como cuando te gusta una comida, dígase la pizza, pero después de comerla cinco días a la semana, tal vez decidas que te gustaría probar algo distinto. Igual sucede con la poesía, solo que los “chefs” apenas varían su menú. El puertorriqueño Francisco Félix, sin embargo, utiliza un ingrediente
—por eso de seguir con esta analogía culinaria— igual de clásico en su poemario Esta isla: la desesperanza.
Si bien existimos artistas desilusionados, también podría alegarse que la nueva cepa nunca ha tenido una ilusión que perder. No sufren de nostalgia porque desde que están vivos los ricos han acaparado más dinero, mientras que los trabajadores no han visto un aumento en salario desde 1972, estudiar en la universidad no les garantiza un buen empleo, están más endeudados y el asunto con el narcotráfico empeora cada día que pasa. Para muestra, un botón. Así lee el primer poema de la colección:
Entre el polvo se asoma el amanecer
los transeúntes salen
a sus madrigueras de metal
y en ese mar de hojalata
suenan las bocinas.
Este poema sienta la pauta para la primera parte del libro, “Golpe de concreto”. Su tema es urbano, con una mirada sobria y pendiente a los detalles. Félix no busca demostrar el lado bello de la urbe ni romantizar a los personajes que allí se encuentran. Simplemente, nos presta su ojo para observarlos como él los ve, sin prejuicios. Tal y como anuncia el título, estos poemas casi nos agreden al leerlos, por su honestidad y crudeza.
La segunda parte del libro se titula “Los barrotes del balcón” y presentan el pasaje del tiempo en la vida isleña. Es semejante a vivir una temporada con el poeta, que observa lo cotidiano desde su perspectiva. Pasan los días, su abuela muere, la velan, cocina, prepara café…, y así por el estilo. Nuevamente, se nota esa falta de ilusión a un porvenir feliz o un pasado en que todo fue mejor. Todo lo contrario: el café se quema, no husmea; “El mundo arde mientras / preparo el desayuno”, nos dice el poeta.
Esta isla toca la fibra de algo que sentimos —o al menos, deberíamos sentir— los puertorriqueños por el legado que le dejaremos a futuras generaciones. Francisco Félix nos pasa factura por nuestra falta de voluntad o capacidad para proveerles una isla próspera a nuestros hijos y nietos. No reclama nada, sin embargo. Solo observa y reporta, poéticamente.
Esta isla
Francisco Félix
Alayubia, 2019
Esta reseña se publicó originalmente en El Nuevo Día en junio 30 de 2019.