Techos descubiertos
Sabíamos de memoria las horas de los boletines;
su entrada era inevitable.
El despido por las redes con promesas de vernos al otro lado,
chistes de salchichas y galletas,
el apagón, la calma, luego, el viento.
Un silbido entre agua y proyectiles,
casas inundadas, ríos desbordados,
techos descubiertos.
La calma al día siguiente en medio de la catástrofe,
el monte quemado, árboles encima de techos,
letreros arrancados y las hojas incrustadas en las paredes.
Sin señal, sin radio, sin noticias, sin electricidad, sin agua;
lo peor estaba por venir.
Escasez:
gasolina, comestibles, gas.
Ayuda del vecino y del prójimo,
filas, estantes vacíos, oportunidades de fotografías,
ayudas condicionadas
para el pana, para el familiar, para el amigo del alma,
contaminación ambiental y auditiva,
vecinos sin consideración,
desgobierno sin control.
de esa catástrofe,
comenzamos a darnos cuenta
de qué en realidad es Puerto Rico
sus líderes efectivos en los barrios y las parcelas,
sus traidores sentados en aire acondicionado,
entre selfies con presidente y políticos obesos.
Más de cuatro mil vidas nos costó
darnos cuenta de que, si no nos encargamos nosotros,
quienes duerman en Fortaleza tampoco lo harán.
Seguimos con el techo descubierto.
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