(publicado originalmente en mi página de Patreon.
Gateando en la pista de correr
Poco antes de que comenzara la pandemia, hace “50 años”, comencé a ir a la pista de correr por las mañanas. Corría como media hora, más o menos. Cuando empecé, apenas podía dar una vuelta trotando sin querer morir. Hace poco, logré dar 8 vueltas sin detenerme. No es lo usual con estos calores, pero por ahora me conformo con llegar a 5 y completar las demás después de caminar media o una vuelta completa. La meta es lograr dar 10 vueltas, sin detenerme, cada otro día. Pero bueno, basta con la introducción.
La pandemia afectó mi rutina y me tardé casi dos años en regresar a la pista. Esa primera semana de vuelta la tomé con calma: trotaba 1 o 2 vueltas, caminaba media y trotaba 1 o 2 más, hasta llegar a 6 o 7. Me tomo un momento para describir mi paso y proceso, ya que cualquiera diría que corro y que me gusta. Es todo lo contrario. Odio cada momento que troto en esa pista y lo único que pienso es cuándo voy a terminar. Además, mi paso es lentísimo. Si alguien camina con prisa, me rebasa. Como no estoy allí para competir con nadie, no me importa cuán lento voy, pero sí me mistifica cómo todos los demás logran ser tan veloces. Es como si yo gateara y ellos caminaran. Supongo que estás pensando que, si tanto odio trotar, por qué lo hago. Simple: odio aun más morir antes de tiempo o desarrollar diabetes. Por tanto, sufro ese tiempo en la pista. Además, luego me siento muy bien (aunque a esta edad, termino con la rodilla adolorida… por eso utilizo rodilleras y una tobillera. Espero que no necesite nada más; esas cosas cuestan).
Todo esto nos lleva al pasado martes. Mientras me aplicaba las rodilleras y tobillera, vi una ráfaga correr en la pista. Una mujer corría a un paso que jamás había visto antes y no se detenía. Confieso que nunca me ha interesado pista y campo, salvo cuando hay Juegos Panamericanos u Olímpicos. Participar en esas disciplinas nunca me llamó la atención. Tal vez porque nunca tuve acceso a instalaciones como las que existen hoy día o simplemente porque… odio correr. El caso es que nunca había presenciado cuando un atleta de alto rendimiento corría. Ya estoy acostumbrado a que las demás personas que entrenen sean más veloces que yo, pero la mujer que corría en la pista era otro tipo de corredora. No me tardé en identificarla: era la medallista de oro de los Juegos Centroamericanos Beverly Ramos, una de las atletas más destacadas en la Isla. La reconocí porque la sigo en las redes sociales desde aquellos JJ. CC. de 2010 y me constaba que, además de competir a nivel mundial, suele entrenar en diversos parques de Puerto Rico.
Otra confesión: no sé nada de este tipo de deporte, salvo lo que he visto en televisión a lo largo de los años. Les digo que lo que uno ve en la pantalla chica no le hace justicia a lo rápido que corren “en vivo”. Además, como los demás atletas en las competencias van a un paso semejante, es difícil comprender cuán rápido es el paso. En el tiempo que llevo “gateando” en la pista (porque cuando comparo el paso que llevaba Beverly con el mío, era como comparar a un bebé gateando con una persona corriendo), he visto muchas personas que entrenan de manera disciplinada. Vamos, que lo que yo hago allí es más bien un aguaje para poder decirme que hago algo de ejercicio. Pero ver a Beverly correr es otra cosa. En lo que yo daba un cuarto de vuelta, ella daba dos vueltas alrededor de la pista, como si estuviera montada en una bicicleta. Ver a una atleta de ese calibre correr mientras uno está en la misma pista es impresionante.
Tal vez, causa tanta impresión porque el acto de correr es algo que casi todos podemos hacer, ¿no? Es como escribir: todo el mundo lo puede hacer, pero ¿qué separa a un profesional de alguien que solo utiliza la escritura de manera cotidiana? ¿Qué diferencia existe entre un novelista y alguien que se pasa el día tuiteando? Pues, si fuera a formular una analogía entre correr y escribir, el caso de Beverly sería ideal. En las veinte vueltas que dio alrededor de la pista mientras yo daba una, pude notar que ella posee una economía de movimientos. En cada paso, ella logra ganar terreno y se impulsa para que la otra pierna haga igual. Sus rodillas se alzan de manera uniforme, perfectamente opuestas al suelo. No tienden a inclinarse hacia los lados. Ella controla su respiración para maximizar el oxígeno que les entra a los pulmones y lo exhala de manera que le puede sacar el mayor provecho. Tiene la consecuencia de una máquina: uno podría ajustar un reloj con su ritmo de respiración. En comparación, yo parezco que uso las piernas para no caerme de frente y cada aliento que doy es para sobrevivir. No hay nada de eficiencia en mis movimientos tampoco: apenas alzo las rodillas y doy como tres pasos donde uno bien pisado bastaría.
Quienes escribimos de manera profesional hacemos lo mismo, pero aplicado a la redacción. En vez de movimientos, apostamos a una economía de palabras. Pasamos, a veces, horas pensando cómo mejorar una oración, qué adjetivos utilizar, cómo frasear algún pensamiento o idea. Cada punto y coma están pensados. A veces, se nos pasa algún error, pero igual les sucede a los atletas. Uno aspira a la perfección, pero termina ejecutando como mejor puede. Alguien que solo escribe a manera de utilidad, para comunicarse de manera casual, no pasa tanto trabajo en la confección de cada oración. Así como yo no paso trabajo en mejorar cada paso que doy en la pista. Y esa es la diferencia: la cantidad de trabajo que uno le mete a su profesión. Beverly entrena todos los días, se cuida de lo que come, observa la manera en que otras personas corren, además de ver las grabaciones de sus propias carreras, y está pendiente de lo que hace mientras corre. Los escritores hacemos igual con las palabras: leemos, buscamos definiciones, sinónimos, antónimos y reglas gramaticales y ortográficas, y revisamos lo que escribimos.
Tanto correr como escribir, no es para todo el mundo, igual que toda profesión. Así como yo no estoy dispuesto a mantener ese tipo de dedicación al correr (además, que ya estoy un poco pasado de años para eso), también hay quienes no están dispuestos a dedicarse la escritura. Y así con toda profesión. Sin embargo, me parece importante apreciar el trabajo y sus resultados. Ver a Beverly en esa pista, corriendo mientras los demás gateábamos, me inspira a querer escribir como ella corre.