Cuento: Hibakusha

Un cuento histórico para el taller. No diré mucho, ya que prefiero que me dejen saber si el periodo es obvio y se entiende cuándo pasa el incidente (dónde también). Claro, cualquier comentario adicional es bienvenido.

Hibakusha

Las pesadillas no dejaban a Frederick dormir. Antes despertaba a mitad de noche y volvía al sueño, pero ahora eran peores. Las palabras de Tibbits todavía le resonaban en la cabeza: “Le soltamos encima el mismísimo infierno”.

Cerró los ojos y trató de forzarse a dormir, pero no pudo. Aún atardecía y siempre se le hacía difícil dormir de día.

Nada más pensaba en el fuego, en la gente quemándose viva, vaporizadas en un instante. Algunos caminaban sin piel ni pelo, otros vomitaban sangre. No entendía lo que decían, aunque parecían pedir la muerte.

Abrió los ojos, se paró de la litera y caminó a la cocina de la base aérea. Apenas notaba las picadas de los mosquitos de Tinian; estaba acostumbrado a los insectos de las Islas Marianas. Entró y se sirvió un vaso de agua. En el sueño, el líquido era negro, viscoso. Antes de tomar un sorbo, alzó el vaso de cristal para inspeccionar lo que estaba a punto de beber. Satisfecho al ver a través del líquido, tomó del vaso. Sintió alivio; estaba despierto de verdad.

Miró por la ventana y vio el B-29, Bockscar, en la pista. Por primera vez, no quiso volar su avión. Decidió hablar con el padre George.

El padre Saburo Nishida despertó al sonido persistente de alguien que tocaba a la puerta. A oscuras, buscó prender la lámpara encima de la mesa de noche. La luz le molestaba y esperó a que su visión se acostumbrara a la iluminación repentina antes de contestar.

— ¡Voy! —gritó.

Caminó despacio hacia la puerta. La visita no dejaba de tocarla.

— ¡Dije que voy! —gritó otra vez. El estruendo cesó.

Abrió y reconoció a Michiko, la hija de la Sra. Ogino.

—Padre Saburo, es Tetsuo… —dijo la niña. Apenas mencionó el nombre, comenzó a llorar.

—Vamos… Entra y me cuentas.

Sabía lo que la niña iba a contarle. Aunque este tipo de visitas era frecuente, no se acostumbraba a consolar a los que habían perdido a seres queridos.

Michiko se sentó a la mesa del comedor. Lloraba en silencio.

—Mamá recibió un telegrama. No quería enseñármelo, pero después de leerlo, se acostó. Estaba llorando, pero no quería que me diera cuenta. Cuando se quedó dormida, lo leí…

Desde el comienzo de la Guerra, nadie recibía telegramas con buenas noticias.

—Tu hermano descansa en paz, Michiko.

— ¡Pero no estaba bautizado! Usted dijo que los que no creían en Jesús iban al infierno.

—Bueno, sólo Dios sabe. Tal vez creyó en el último momento…

— ¿De veras? —dijo Michiko. Miró al Padre, llena de esperanza.

—Es muy posible. Tetsuo era un muchacho bueno. ¿Recuerdas cómo me ayudaba con el patio de la catedral? Es casi seguro que aceptó a Cristo en su alma. Será como Dios disponga —dijo el Padre.

—Dios cuenta contigo para esta misión —dijo el padre George.

—Pero, Padre, ¿perdonará que mate a tantos? —dijo Frederick.

—Capitán Bock, los japoneses han pecado en contra de Dios. Es Su voluntad que venzamos.

—“No matarás”… sin excepciones.

—Esta guerra es contra el Mal, Frederick.

—Unas de las ciudades tiene una catedral, Padre, erigida en honor a Santa María. Hemos estudiado fotos aéreas para familiarizarnos. Recuerdo la cúpula… tiene una cruz encima.

—Debe acostarse. Mañana será un día largo.

El padre Saburo escoltó a la niña hasta la casa de la Sra. Ogino.

—Ven mañana a la catedral y trae a tu mamá. Celebraremos una misa para tu hermano.

Michiko dobló el torso hacia el Padre en agradecimiento.

—Oraré por él esta noche —dijo la niña y entró en la casa.

—Yo también —respondió el Padre. Dio media vuelta y marchó hacia su casa, al lado de la catedral—. Yo también —repitió.

Miró las estrellas.

“Bonita noche”, pensó, “ni una nube en el cielo.”

Ese miércoles por la noche, Frederick estaba reunido con el mayor Sweeney y el comandante Harris. Los tres bombarderos estaban listos para despegar. Las tripulaciones aguardaban la orden final para comenzar el vuelo hacia Kokura. El combustible y el aceite mecánico se podían oler por toda la base.

— ¿No puede hacer qué? —preguntó el comandante Harris.

—No puedo llevar a cabo la misión —respondió Frederick.

—Capitán Bock —dijo el Comandante. Respiró profundo antes de continuar—. ¿Conoce la importancia de este vuelo?

—Comprendo, Comandante. No hay tiempo para cambiar el equipo especial de un avión a otro. Sugiero que cambie mi tripulación a uno de los aviones de observación.

Harris desvió la mirada hacia Sweeney, quien asintió con la cabeza.

—Bien, Bock. Así será —dijo Harris—. Pero le advierto: si la misión falla, lo fusilo por traición tan pronto aterrice el avión. Pueden irse.

Los dos pilotos salieron de la oficina a buscar a sus respectivas tripulaciones. Minutos después, los motores de hélice de los tres bombarderos prendieron. Todo el personal de la base estaba ocupado en algo. Era casi la una de la mañana y nadie dormía. —A mala hora le da con escuchar la conciencia —dijo Harris, entre dientes, mientras observaba la acción en la base.

Las nubes que oscurecían el cielo sorprendieron al padre Saburo. Se levantó temprano para preparar la misa de Tetsuo. Sabía que pocos feligreses estarían presentes; era jueves y la misa de las once era extraordinaria. Aun así, quería aliviar con sus palabras a los familiares de Tetsuo lo más que pudiese. “Queda tiempo”, pensó, “cinco horas deben ser suficiente”.

Frederick se sentía raro piloteando al Great Artiste. Era como si estuviese en su avión, pero con algunas cosas fuera de sitio. Bockscar tendía a inclinarse hacia la derecha, éste no tanto. Tardó un poco en acostumbrase, pero logró mantener el curso hacia Kokura.

Las condiciones del tiempo no mejoraban y la visibilidad era nula. El azul del cielo era remplazado por la blancura de las nubes. Sabía que estaban encima del blanco.

— ¿Ves algo? Cambio —le preguntó a Sweeney, por radio.

—Nada —escuchó la voz de Sweeney entre la estática de la transmisión—. No puedo tirarla así. Seguiremos esperando. Cambio.

—Entendido. Cambio y fuera.

Los dos bombarderos circularon a más de veinte mil pies de altura por dos horas. La visibilidad no mejoraba.

—Great Artiste para Bockscar. Great Artiste para Bockscar —dijo Sweeney.

—Adelante, Bockscar. — respondió Frederick.

—Hay un problema con el combustible. Hemos consumido demasiado. Si no dejamos caer a Fat Man pronto, tendremos que seguir al blanco secundario. ¿Me copias?

—Te copio, diez cuatro.

Frederick comenzó a pensar si el Comandante en verdad lo fusilaría si la misión fracasaba. Explosiones debajo de los bombarderos interrumpieron sus pensamientos. Los japoneses se habían percatado de ellos. Minutos después aparecieron aviones de combate.

— ¡Vámonos de aquí! —dijo Sweeney—. Seguimos hacia el secundario, ¿copias?

—Diez cuatro —respondió Frederick.

Cambiaron su curso y perdieron a los pequeños aviones enemigos entre las nubes.

Faltaban cinco minutos para las once y Michiko no aparecía. La Sra. Ogino dijo que había salido a buscar flores para Tetsuo cerca del megane—bashi a tres kilómetros de la catedral. Sólo al lado de ese puente encontraría las favoritas del hermano. El padre Saburo decidió esperar por ella. Ensayó el sermón que daría a los once feligreses (doce, con la niña). Se había inspirado en la resistencia de los católicos japoneses ante la adversidad. “Perseguidos por el Imperio desde la llegada de los portugueses, más de cuatrocientos años atrás”, comenzaría así. “Poco a poco, nos convertimos en la capital cristiana de Japón. Hemos sobrevivido por obra de Dios y la catedral de Santa María es símbolo de ello. Miren como Él sonríe en nuestra cúpula con los únicos rayos de sol en la ciudad”. Era una casualidad perfecta, pensó.

Estaban encima del blanco secundario y no se veía nada. Sweeney maldecía por radio cada vez que miraba el marcador de combustible. Tendrían que irse pronto y dejar caer a Fat Man en el Mar de Japón. Frederick sintió alivio. No era el mejor desenlace para la misión, pero sería sin pérdida de vida (del Comandante no fusilarlo).

Miró por la ventana del Great Artiste y vio una cúpula entre las nubes. Sin pensar, comentó por radio:

—Ahí está la catedral.

—Diez cuatro. Sólo tenemos una oportunidad. Cambio y fuera —escuchó a la voz de Sweeney.

Bockscar se zambulló entre las nubes, hacia la única apertura visible en el cielo. Frederick maniobró su bombardero para seguirlo. La misión del Great Artiste era recoger información científica de la explosión causada por el plutonio.

Michiko avanzaba lo más que podía con las flores en la mano. No había calculado bien el tiempo que le tomaría regresar a la catedral. Eran las once y sabía que llegaría tarde.

A las once con dos minutos, vio el cielo convertirse en luz blanca, entonces no vio nada más. Sintió un calor que parecía derretirle el cuerpo y como si el viento la arrojara hacia una pared. Miles de pedazos de cristal, piedra y madera atravesaron su cuerpo.

La catedral había sido completamente destruida en segundos. Al igual que la mayoría de sus feligreses, el padre Saburo Nishida murió vaporizado en instantes. Su cadáver no era más que una sombra de carbón, impresa en el piso donde estaba parado al momento en que los rayos del sol atómico lo azotaron.

Como un milagro, Michiko despertó unos días después en un hospital improvisado. Sus heridas habían sido tratadas, pero sufría de alguna enfermedad rara. Perdía el cabello, vomitaba sangre y su piel parecía haber desaparecido en algunos lugares del cuerpo, haciendo visible los músculos debajo. Murió seis días más tarde, preguntándose por qué estaba en el infierno.

Las pesadillas eran más reales. Siempre veía la catedral y a la niña con el ramo de flores corriendo hacia el edificio de la cruz encima de la cúpula. Entonces, todo se desintegraba. Veía a la niña otra vez, ahora sin mechones de pelo, la piel le colgaba del cuerpo como trapos. Estaba ciega y vomitaba sangre. Ahora entendía sus palabras: no pedía la muerte, sino cuándo saldría del infierno. Todas las noches Frederick se preguntaba lo mismo.

¿Pagarías por un buen cuento? Poco a poco, los artistas aprendemos a independizarnos de los métodos tradicionales de exposición y remuneración. Antes, para ganar algún tipo de compensación por un escrito, el autor tenía que venderle los derechos de publicación a una editorial o periódico. Es un método que aún funciona para autores reconocidos. Sin embargo, luego de leer experiencias de otros artistas en diferentes medios, he decidido experimentar con estos métodos alternos de compensación. Inmediatamente después del cuento, encontrarás un botón para dejar un donativo. Si deseas, haz clic y sigue las instrucciones provistas. Si no, pues no pasa nada. Lee el cuento y compártelo con tus amigos si te gusta.





Algo gratis para ustedes

Pocas cosas son gratis hoy en día, así que hay que aprovecharse cuando aparece algo.
Como parte de la promoción de su disco nuevo, Pearl Jam está dejando que bajen una canción de su última producción. Se llama «World Wide Suicide» y es buena.
Pero no me creas… bájala y decide.

Que la disfruten.

Resultado de El contrato

Como prometí, les contaré lo que se dijo del cuento en el taller.
Por lo que escuché, a todos les gustó. Aun así, algunos notaron los personajes estereotípicos o planos. Es decir, personajes que han visto alguna vez antes. Creo que las comparaciones a Pulp Fiction son evidencia de eso. A la vez, encontraron a Tepes peculiar.
Encontré que lo que me señalaron era cierto en mayor parte. La escena en que Tepes baña el carro de gasolina, resultó ser confusa (me explico; todos saben lo que pasa pero no lo «vieron» bien). El diálogo gustó.
En otras palabras, más o menos lo mismo que dijeron ustedes.
Creo que volveré a jugar con el personaje de Tepes… veremos cómo.
Gracias a todos.

Insomnio

Desperté a las 2:00 a.m. y no pude volver a dormir. No sé por qué. Me dediqué a buscar temas para un cuento histórico que debo entregar pronto, pero encontré nada (si alguien tiene alguna sugerencia…). Al menos comencé un bosquejo para un tipo de cuento en serie que pienso publicar aquí ( lo había anunciado para el 15 de febrero, pero…).

El lunes escucharé las opiniones de los compañeros del taller acerca del último cuento, «El contrato». Por cierto, agradezco todos los comentarios. Son una ayuda inmensa.

Noto que los dejé en suspenso («Ok, la cosa esa que mencionas no salió el 15, pero ¿cuándo sale?»). Espero que sea antes del próximo miércoles. Ya inventé el mundo (del cuento), más o menos, y tengo un comienzo pensado. Los nombres de los personajes y el título me están resultando problemáticos (nada nuevo). Quiero que sea un juego interesante con los personajes, tanto para mí, como para ustedes.

También estoy trabajando un cuento medio fantástico, y una colaboración con alguien. Los mantendré informados.

Bueno, basta de excusas… Gracias por leer.

Cuento: El contrato

Esto fue algo que entregué ayer para una clase. Tenía ganas de jugar con dos personajes.
Como experimento, quiero presentarlo ante ustedes y ver cuál es su opinión. Después haré una comparación de lo que me digan en el taller. Así que, comenten, por favor.

El contrato-Llegó tu hora –dijo Tepes, y apretó el gatillo. Esperó a que el cuerpo de Israel Quintana cayera al piso y lo remató con dos balas más en la cabeza. Guardó el arma en la pistolera escondida en su gabán negro y abandonó el callejón.

-¿Llegó tu hora? –preguntó Mal al verlo salir a la calle-. ¿Qué mierda es esa?

-Perdón, maestro. No se me ocurrió nada mejor–Tepes fijó la vista en el suelo.

-Es lo último que oirá el blanco. Lo menos que puedes hacer es decirle algo original. Estás viendo mucha televisión… lee más; apréndete un verso bíblico… ¡algo, por Dios!

-Sí, maestro –murmuró Tepes.

-¿Cuántos faltan?

-Dos.

-Bien. Tú guías –dijo Mal y, sin esfuerzo, le lanzó las llaves.

Tepes las atrapó en el aire, casi sin mirar. Abrió la puerta del Impala del setenta color marrón, se sentó en el asiento de cuero crema y en poco tiempo se marcharon.

Mantuvieron silencio mientras Tepes conducía. Fijó toda la atención en la carretera. Miraba por el retrovisor cada diez segundos y manejaba con sumo control. El auto no se desviaba ni una pulgada sin que él lo quisiera.

-¿Dónde es el próximo? – Mal rompió el silencio a la misma vez que encendía un cigarrillo.

-Isla Verde. ¿Tienes que fumar?
-Sí –contestó y exhaló el humo hacia Tepes-. Hay que disfrutar cada segundo de vida. ¡Aprovecharse de ella! En este negocio cualquier trabajo puede ser el último.

-¿Por eso te tiras a la jeva del jefe?

-Je, je…Algo así. Tiene buen gusto, ¿qué quieres que haga?

-¿Quién? ¿El jefe o ella?

-Los dos –respondió Mal, a carcajadas.

Tepes sonrió en silencio. Permanecieron así unos minutos.

-¿Qué les dices? –preguntó Tepes.

-¿A los blancos? Trato de pensar en algo cómico… que se vayan con una sonrisa al menos. El chiste final, supongo.

-¿Cómo puedo aprender eso, maestro?

-No sé… Tal vez si aprendieras a disfrutar más. Siempre te veo entrenando… nunca te relajas.

-Es que quiero ser el mejor.

-Mira, te digo esto con toda honestidad, pero que no se te vaya a la cabeza, ¿eh? –dijo Mal, serio-. Creo que ya lo eres. El mejor, digo. Eres un tipo frío, sólo piensas en el trabajo. He visto veteranos que quisieran ser tan eficientes. Pero tienes que entender que en cualquier momento, algo puede ir mal, y ¡puf!, eres el mejor cadáver. La mala leche nos cae a todos.

-Gracias, maestro.

-Olvídalo. Sólo prométeme que te irás a dar unas cervezas después, ¿sí?

-El alcohol te hace lento. Mi cuerpo debe ser como un templo, maestro. No lo puedo profanar.

-Bebe una al menos. Después rezas un Ave María, o algo.

Tepes sonrió y dijo:

-Lo haré.

-¡Ése es mi pupilo! –dijo y le dio un espaldarazo.

-Estamos cerca –dijo Tepes, otra vez serio.

-Oye, aquel es el apartamento de Eunice –dijo Mal, apuntando a un balcón dos edificios más abajo-. ¿Qué tal si voy y echo un polvo en lo que tú te encargas de esto?

-No creo que sea correcto, maestro.

-¿Ya se te olvidó lo que dije? Hay que aprovecharse de la vida… o la jeva del jefe, lo primero que venga. Trataré de no tardarme mucho –dijo Mal, sacando un cigarrillo de la cajetilla que tenía en el bolsillo de la camisa-. Aunque tal vez sea mejor que vaya después de terminar con el segundo blanco… ¿Quién es?Tepes estacionó el auto detrás del edificio al que Mal había apuntado y apagó el motor.

-Hoy es un buen día para dejar de fumar, maestro.

-¿Eh? –dijo Mal. Miró a Tepes y vio la pistola que éste le apuntaba a la cabeza. La sonrisa desapareció un momento, pero regresó-. ¿Ves? Eso es lo que te digo… un poco de humor.

Tepes apretó el gatillo. Tomó el encendedor de la mano de Mal, aún caliente. Salió del auto y abrió el baúl. Abrió un contenedor lleno de gasolina y enjuagó un trapo y regó todo lo que pudo del auto con el líquido. Encendió el trapo y lo lanzó encima del cadáver de Mal.

En silencio, mientras las llamas consumían al Impala, se dirigió al apartamento de Eunice.

Una hora más tarde, después de terminar con el tercer blanco, entró a un bar cercano. Ordenó una cerveza y le pidió un cigarrillo a una mujer sentada al lado. Usó el encendedor de Mal y notó que tenía letras doradas grabadas en un lenguaje desconocido. Lo leyó varias veces, hasta entender.

“Si fumare morí. Si non, ídem.”

Comenzó a reír, sin importarle las miradas de los demás.

Fin

Otro meme… 15 pequeños placeres…

Semejante a los cinco extraños hábitos, pero esta vez son los quince placeres pequeños que le robo a la vida. ¿Gracias? a La Madam

1. Tocar un acorde con la guitarra eléctrica. No suena muy bien que digamos, pero por un microsegundo, me siento súper.

2. El primer sorbo de café por la mañana, entre más temprano, mejor. Si es un día bonito, mejor aún.

3. Un cigarrillo con ese café. Dañino, pero rico.

4. Escuchar una buena canción por primera vez, de esas que quisieras escuchar continuamente.

5. Leer un cuento excelente por primera vez.

6. Sentarme en un lugar cómodo a leer cómics.

7. Ver una película espectácular.

8. Asado de cordero… me encanta.

9. Stuffing durante el día de acción de gracias… también me encanta.

10. Acostarme en una cama fría.

11. Jugar un buen juego de video.

12. Escuchar un buen chiste.

13. Hacer algo bien o ayudar a alguien.

14. Hacer maldades (ying y yang, supongo).

15. Caminar cuando hace frío (vestido adecuadamente, claro).

Hay más, pero son quince. Ni más, ni menos…

Ahora, exhorto a los siguientes a que hagan lo mismo:

1. Neftalí
2. Ernesto Darién
3. Isabel
4. Siumell
5. Iva

Crea tu propia estación de música

Encontré esto ayer y me ha impresionado. Se trata del Music Genome Project. Es un programa en una página del internet que te pregunta qué música te gusta y escoge música semejante para que la escuches. Mejor aún, es gratis.
El progrma no reconoce mucha música latina, pero estoy seguro que entre más usuarios de latinoamérica tengan, más ampliarán su selección musical.
Para más información, visite aquí: www.pandora.com.

Quiero dejarles saber que tengo algo nuevo planificado para esta página comenzando el 15 de febrero (nada que ver con el día de consumeri… digo, San Valentín). Pendientes…

Odio estar sin agua…

… especialmente cuando tenía ganas de darme un baño con calma y agua caliente. Grrr.

No tengo nada más que decir.

Mini cuentos

O microcuentos, o micro relatos… o como quieran llamarlos. Son breves, con finales sorpresivos o irónicos. Y fue el primer ejercicio del taller. Dos mini cuentos. Admito que no me gusta mucho trabajarlos, pero disfruto leerlos. Aquí les dejo los dos, primero como lucen ahora y después como eran antes de pasar por el escrutinio del taller, con una breve explicación de lo que trataba de hacer.

Mini cuento I

Cómo Nav’yal escogió experimentar con sus torturas

Uno tras otro, escogieron sus nombres, poderes e historia.
Nadie sabía qué podría escoger Nav’yal, maestro de tortura del antiguo reinado estelar. Era una leyenda, temido por todos, hasta Reiss’yul, líder d elos Matni. Inventaba y llevaba acabo torturas que desafiaban la definición de las palabras “crueldad”, “sufrimiento” y “dolor”. Crearon una palabra nueva para definir ese nuevo concepto.
Cuando le tocó el turno a Nav’yal, agarró un arco y flechas y dijo:
-¿Qué les parece “Cupido”?

Mini Cuento II

El secreto

-He venido a conocer cómo ser el más poderoso –dijo Marfus el Rojo, con la última reserva de energía que le quedaba.
-Muy bien, te diré – respondió Arquius el Sabio e hizo un gesto.
De repente, Marfus apareció en su hogar, adolorido en la parte inferior del brazo derecho. Era un tatuaje recién pintado que leía:
“Jamás reveles tus secretos.”

Así quedaron después de considerar lo que mis compañeros mencionaron en el taller. Ahora les presento como eran antes…

No tan mini cuento I

Cómo Nav’yal escogió experimentar con sus torturas

Los Matni decidieron escoger otras formas para así poder manifestarse ante los hombres. Se llamarían “Dioses” y representarían ideas, tendrían poderes maravillosos y serían adorados por los habitantes de ese tercer mundo del sistema Sol.

Reiss’yul, líder de por vida de los Matni, escogió el nombre Zeus y manifestaba su voluntad con relámpagos. Sal’yel, general de las tropas, se llamó Ares y enseñó al hombre a guerrear con más eficacia. Dorm’yil, administrador de los calabozos, se nombró Hades y construyó la cárcel más ambiciosa que jamás pudo imaginar.

Uno tras otro, escogieron sus nombres, poderes e historia.

Nadie sabía qué podría escoger Nav’yal, maestro de tortura del antiguo reinado estelar. Era una leyenda, temido por todos, hasta Reiss’yul. Inventaba y llevaba acabo torturas que desafiaban la definición de las palabras “crueldad”, “sufrimiento” y “dolor”. Crearon una palabra nueva para definir ese nuevo concepto.

Cuando le tocó el turno a Nav’yal, agarró un arco y flechas y dijo:

-Este mundo es fértil para experimentar con esto que han llamado “amor”. ¿Qué les parece “Cupido”?

No tan mini cuento II

El secreto

Marfus el Rojo soñaba con ser el mago más poderoso del mundo. Había dedicado décadas al estudio de las artes necrománticas. Conocía los hechizos antiguos y se mantenía corriente de los más innovadores. Dedicaba todo su tiempo a la investigación de las energías tanto sagradas como diabólicas, tanto de agua como de fuego.

Se decía que sólo Arquius el Sabio, antiguo discípulo de Merlín, era aun más poderoso. Llegó a la conclusión que como único lograr su ambición sería conociendo los secretos de Arquius y se dispuso a encontrarlo.

Se batió con la Orden del Frío, el Clan de la Eterna Fuente, Dolfus el Poderoso y muchos más para averiguar donde vivía Arquius. Sufrió la pérdida del ojo derecho e incontable cicatrices, pero logró su propósito.

Viajó al Tibet y atravesó la jungla, escaló montañas y, al borde de morir de frío, al fin llegó al Palacio de la Sabiduría, donde Arquius lo recibió.

-He venido a conocer cómo ser el más poderoso –dijo con la última reserva de energía que le quedaba.

-Muy bien, te diré – respondió Arquius e hizo un gesto.

De repente, Marfus apareció en su hogar con un tatuaje de letras rojas en la parte inferior de su brazo derecho que leía:

“Jamás reveles tus secretos.”

Bueno, en el primero quería jugar con la idea de seres de otro mundo llegando a la tierra y escogiendo aspectos para asombrar al hombre. Luego se convertirían en lo que conocemos como mitología. En la versión de antes del taller, me di cuenta que los primeros dos párrafos sirven para ubicarme a mí, pero son innecesarias para el lector, especialmente en este tipo de género.

En el segundo, quería contrastar los magos como Merlin o Gandalf con los ilusionistas como David Copperfield o Penn & Teller. Al acortarlo, creo que se pierde el contraste, pero mejora como cuento.

Como son tan breves, me pareció buena idea presentarlos aquí después y antes del taller. Así pueden ver un poco de lo que ocurre en los talleres de cuento.

Ahora espero el veredicto para el cuento que entregué. También se me han ocurrido dos o tres ideas para esta página y espero compartirlas con ustedes pronto. Hasta luego…

5 Extraños hábitos

Bueno, gracias a La Madam, he sido escogido para este juego. Es un honor, aunque quizá mencione más información de la que quieran saber. Hay cosas que no se pueden olvidar una vez se ven o leen. Quedan advertidos.

El juego… Menciono 5 hábitos raros (míos, por supuesto), entonces escojo 5 blogueros (¿será aceptada esta palabra?) para que hagan lo mismo. Simple. Revelador. Bochornoso…

1. Tengo una concentración absoluta. Si estoy leyendo o jugando un juego, no respondo al resto del mundo. Si alguien me pregunta algo, sólo respondo «ajá» y después de un rato pregunto: «¿Dijiste algo?». Existen personas que no soportan eso… no sé por qué.

2. Mi imaginación es muy… activa. Hay veces que me quedo en un trance imaginándome la trama de algún cuento, o reviviendo una escena de una película. A veces imito las acciones que imagino.

3. Se me hace difícil sentarme derecho. No sé por qué, pero sólo estoy cómodo si estoy casi acostado en la silla.

4. Corrijo sin pudor. Ya sea la palabra escrita o dicha. No importa quién sea. Le pueden preguntar a cualquiera.

5. No puedo resistir hacer comentarios cómicos, sarcásticos, irónicos o crípticos. Se me hace imposible cuando se me presenta la oportunidad de hacerlo. La mayoría de las veces no me importa si soy el único que le ve el humor al comentario.

Sí, ya sé. Mi advertencia estuvo demás. Creo que la lista es más advertencia que nada, je, je.

Bueno, ahora mis víctimas (lo cual me recuerda a algo que hacía mi papá. Salia a la sala de espera del su consultorio y decía ¡próxima víctima! Era dentista…):

1. Boreales, de Yolanda Arroyo
2. Mere Mores, de Alma Rivera
3. Nada del mundo real, de Isabel Batteria (escogería a Áxel, pero entre los dos se quedan sin espacio en la red… je, je… ¡los quiero mucho!).
4. Diario de una estudiante y otros cuentos, de Jenifer Pagán
5. La nave de los locos, de Maribel Ortiz

Bua, ja, ja, ja (Risa malvada)