Una idea me dio la idea para éste. Arte imita vida. Ayer y hoy leí lo de la Virgen del Pozo. Conclusión: la vida se repite mucho. Es un cuento histórico, supongo. Espero que les guste.
Fe mortal
José Borges © 2007
Abuela le había prohibido que molestara a su mamá; aún recuperaba, y necesitaba descanso. Al principio, le había dicho que sanaría pronto: “Una semana; tal vez, dos”. Luego, insistió que Nuestra Señora de Lourdes permitiría que la viera para Navidad, pero Papá Noel vino y se fue, y aún no había podido verla. La extrañaba mucho.
Cuando comenzaron las clases en enero, la maestra le preguntó que cómo había pasado el receso navideño. No supo qué contestarle y se limitó a mirar al piso. No quería estar allí, ya que prefería ir al manantial y rezar por la recuperación de su madre. Se había vuelto una costumbre diaria antes de regresar a su casa por la tarde. Una vez a la semana, iba con su abuela.
Hoy había sido extraño. Cuando salió por la mañana, el vecino le había preguntado si el gato se había muerto. Con timidez, le había respondido que no; le había dado de comer a Sir Cheshire antes de salir. ¿Por qué preguntaba eso?
—Apesta por aquí, mademoiselle, y es cerca de su casa. Pensé que sería algún animal muerto. Debes decírselo a tu madre. Por cierto, no la he visto en mucho tiempo, ¿cómo está?
Fue demasiado para la niña. Corrió hacia la escuela, sin contestarle al vecino; una reacción involuntaria. El resto del día le fue peor aún. La maestra insistía en hablar con su madre, y si no, con su abuela. Se lo diría cuando fueran a la gruta, pero sabía que la Abuela no iría: cinco años en Lourdes y aún no sabía francés.
La maestra se sorprendió al ver a la niña llorar. Sería necesario hablar con ella después de clase; algo andaba mal.
***
El médico le había diagnosticado tuberculosis a Bernadette y le recomendó descanso, ya que no había ningún medicamento para la condición. La madre superior ordenó que le trajeran agua del Manantial; la Virgen de Lourdes se encargaría de sanarla. Especialmente a ella, que había sido a la que la Virgen se le apareció y le dijo dónde localizar el manantial. La monja decía que aún era demasiado joven para Dios llevársela. Era una prueba de su fe, un acto para demostrarle al mundo que Él aún hacía milagros; aunque habían pasado veinte años, y nadie se había curado aún.
Sabía que jamás llegaría a ver el siglo veinte: no terminaría el año, mucho menos veintiuno más. Cada día, su salud empeoraba. Ese 15 de abril, cuando comenzó a toser sangre, pidió confesarse ante el cura.
***
Abuela tenía fe en que el agua milagrosa del manantial sanaría a su hija. Por eso se habían mudado a Lourdes. Rezaba todos los días, a todas horas: a la Virgen, a Dios, a Jesús, al Espíritu Santo, al que fuese. Pero, en vez de mejorar, había empeorado. Hacía cuatro meses que no salía de la habitación. Era por falta de fe: tenía que creer.
No era común que alguien tocara a la puerta. Nadie las visitaba. Fue más raro encontrar a dos gendarmes y un paramédico en la entrada.
—Necesitamos hablar con su hija, madame —dijo uno de los policías.
—Está enferma.
—Madame, con su permiso…
La apartaron de la entrada con gentileza y comenzaron su búsqueda. En parte, la abuela sentía cierto alivio.
***
El cura se sentó al lado de la cama de Bernadette y le mostró una cruz de plata. Sostenía una carta del Vaticano en la mano izquierda.
—Recibe una bendición del Papa —dijo el cura y leyó la carta.
Bernadette escuchó en silencio y esperó a que el cura estuviese listo para oír su confesión.
—He pecado, Padre.
—Todos somos pecadores, hija mía.
—Padre, nunca la vi. Todo fue un invento. Je suis mauvaise.
El cura se cubrió la boca con la mano derecha e inhaló. Luego, la ungió con los óleos y dijo:
—Dios te perdona, hija mía. Dios te perdona.
Fueron las últimas palabras que Bernadette escuchó ese 16 de abril de 1879.
Cuando salió el cura de la habitación, les dijo a las monjas:
—Me ha dicho que la Virgen la vino a buscar. Ya descansa a su lado.
***
—Lleva muerta varios meses —informó el patólogo—. Tenía un tumor en la cabeza.
Era cómo sospechaba el fiscal. La vieja inglesa había esperado por un milagro todo ese tiempo, como muchos de los que visitaban Lourdes.
—¿Podemos descartar un crimen, entonces? —preguntó el fiscal.
—Oui, oui. No cabe duda. ¿Qué piensa hacer con la señora?
—Nada. No hay leyes en contra del síndrome de Lourdes.
—Sólo las de la razón —contestó el patólogo.
FIN.
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